López Obrador usa la lucha contra la corrupción para modelar una oposición a su medida
El presidente tiene un pacto de no agresión con su antecesor del PRI, Enrique Peña Nieto, y maniobra para que sus hombres controlen a ese partido.

Catorce años de campaña presidencial culminaron el año pasado cuando Andrés Manuel López Obrador, formado en el sector más izquierdista del entonces todopoderoso PRI, finalmente conquistó la presidencia de México. En 2006 y 2012 el hoy presidente quedó en segundo lugar de las preferencias como abanderado del PRD, partido que surgió a finales de los 80 después de la unión de diversos movimientos de la izquierda y la sociedad civil mexicanas. Jamás reconoció la derrota. En ambas ocasiones acusó a su rival de cometer -con el apoyo del aparato de Estado y con la presunta complicidad de los medios- fraude electoral. Para el hoy presidente se trató de una conspiración perpetrada por los neoliberales tecnócratas que lograron mantenerse en el poder desde la década de 1982 y los grandes empresarios. El grupo que él llama "la mafia del poder".

El experimento tecnócrata mexicano estuvo desde su concepción manchado por la herencia de corrupción del partido que controló los destinos de la nación por más de 70 años. Aún después de que triunfara el centroderechista PAN en el 2000 y el 2006, la corrupción a todos los niveles de Gobierno siguió creciendo. Los gobernadores de los estados se convirtieron en señores feudales que, mientras pasaran su tributo al monarca en la capital del país, no eran molestados. Como termómetro: para el final del sexenio de EPN en 2018 estaban bajo investigación de la justicia 22 gobernadores y exgobernadores mexicanos.

Sumado a la violencia y la desigualdad que se dispararon desde mediados de la década pasada, es en este contexto de hartazgo con la clase política que llegó al poder AMLO. Con la promesa de acabar con la corrupción y la impunidad, el presidente de México derrotó a tres rivales en la elección presidencial con el 53% de las preferencias, la cifra más grande en la era del México post-priista. Pero ya desde la campaña López Obrador envió señales de que no perseguiría a los corruptos del pasado. "No es mi fuerte la venganza y no creo que sea bueno para el país el que nos empantanemos en estar persiguiendo a presuntos corruptos", declaró en noviembre de 2018, ya como presidente electo.

Lo que no quedó claro hasta que llegó al poder fue la manera en que el presidente parece dispuesto a usar la causa anticorrupción. Esta semana la Secretaría de la Función Pública, brazo del Ejecutivo encargado de monitorear el trabajo de los funcionarios federales, anunció que inhabilitaría de ocupar cargos públicos por una década al exdirector de la petrolera paraestatal Pemex, Emilio Lozoya, hombre cercano al expresidente Peña Nieto. Poco después se giró una orden de detención en su contra. Al exfuncionario se le acusa de uso indebido de los recursos públicos al comprar una planta industrial a un sobrecosto de alrededor de $31 millones de dólares.

Emilio Loyoza

La movida de Lozoya en particular parece tener un destinatario claro: el PRI. En junio el mítico partido llevará a cabo su elección interna para elegir a su nuevo presidente. A diferencia de lo que ocurre con el Partido Demócrata y el Partido Republicano, el presidente nacional del PRI tiene una injerencia mayúscula respecto de las decisiones políticas de sus miembros en el Congreso de la Unión. Numerosos analistas están de acuerdo en que Peña Nieto -en un posible pacto con el actual presidente de México- está impulsando al gobernador de Campeche Alito Moreno para que ocupe la presidencia del partido. El acuerdo sería que, mientras los legisladores del PRI apoyen las iniciativas de AMLO en el legislativo, la administración actual no va a perseguir la corrupción de la administración anterior.

Por si hacía falta alguna otra señal para entender hacia donde apuntas los intereses del Palacio Nacional, este martes el titular de la Unidad de Inteligencia Financiera, Santiago Nieto, que venía de congelar las cuentas de Lozoya, viajó hasta Campeche para firmar un convenio con Alito y mostrarse junto al gobernador frente a todos los medios, ambos colaborando en la lucha contra la corrupción.

Del otro lado de la contienda aparece José Narro, exsecretario de Salud con Peña Nieto y exrector de la Universidad Nacional Autónoma de México, la universidad pública más importante del país y de Latinoamérica. Narro aspira también a la presidencia del partido. Detrás del exrector aparece un grupo nutrido de priista poderosos de larga trayectoria y bolsillos profundos.

A Narro lo respaldan personajes como Manlio Fabio Beltrones, quien fue el principal operador en el legislativo durante el sexenio de Peña Nieto; Emilio Gamboa, líder de los senadores priistas hasta el año pasado; Miguel Ángel Osorio Chong, exsecretario de Gobernación de Peña Nieto; Claudia Ruiz Massieu, actual líder del PRI y sobrina del mítico expresidente Carlos Salinas de Gortari. Narro es un hombre cercano a los sectores más tradicionalistas del PRI; la vieja guardia. Al interior del partido su discurso ha sido más de confrontar a AMLO que el del otro sector del priismo.

Pero el aliado más poderoso de Narro está fuera del partido. Se trata de Carlos Slim, el hombre más rico de México y -entre 2010 y 2013- del mundo.

Las acciones anticorrupción de AMLO parecen ser una advertencia muy clara al priismo: cuidado con el rumbo que toman. Mientras que el grupo del expresidente Peña Nieto se muestra deseoso de conservar la civilidad con el actual mandatario y evitar así posibles causas anticorrupción, la otra ala del priismo parece dispuesta a confrontar al presidente de México.

Podría no ser casualidad que el pasado 26 de marzo, durante una de sus ruedas de prensa matutinas -el presidente se entrevista con los medios en vivo todas las mañanas- el secretario de Comunicaciones y Transportes Javier Jiménez Espriú denunció que entre los "asesores estratégicos" de la empresa Parsons, una de las encargadas de la construcción del Aeropuerto de Texcoco, obra cumbre del peñanietismo que AMLO canceló por supuesta corrupción en diciembre, aparecían dos nombres que llamaron su atención: Alfredo del Mazo González y Alfredo Elías Ayub.

José Narro

Para muchos se trató de un telegrama al priismo y a Slim. El primer Alfredo fue gobernador priista del poderoso Estado de México y fue padre del actual gobernador Alfredo del Mazo Maza. Del Mazo Maza aún no ha decidido si apoyará la candidatura a la presidencia del partido de José Narro o de Alito Moreno. El poder de del Mazo es tal que su decisión podría definir el resultado de la contienda interna el próximo mes. Con su comentario, Jímenez Espriú quizás intentaba inclinar la balanza hacia el candidato que su jefe el presidente de México prefiere: Moreno.

El otro Alfredo es nada menos que hermano mayor del yerno de Carlos Slim. El hombre más rico de México cayó de la gracia el presidente cuando decidió -en medio de la campaña presidencial- dar una conferencia de prensa para cuestionar públicamente el proyecto aeroportuario de AMLO. Su defensa encendida hacia el proyecto de Peña Nieto en Texcoco tendría varias explicaciones. Y ahora suma otra: el hermano de su yerno operaba para una de las empresas constructoras.

El otrora partido imperial, el que gobernó con autoridad incuestionable desde 1929 y hasta el final del S. XX, pasa por un momento crítico. Después de reconquistar la presidencia en 2012 después de pasar dos sexenios en la oposición, el PRI tuvo el año pasado la peor elección de su historia. El nominado José Antonio Meade, elegido por su imagen de economista pragmático e independiente al partido, no ganó ni un solo distrito electoral en la contienda y quedó en tercer lugar, a pesar de contar con el aparato y los bolsillos infinitos del Gobierno federal. No pudieron ganar ninguna de las gubernaturas, y de hecho perdieron dos estados que gobernaban. En la Cámara Baja pasó de ser la primera fuerza política en cuanto a número de diputados a ser a número cinco.

Sin embargo, si algo ha demostrado el partido es su capacidad para renovarse y reconquistar el poder. En 2006 también quedaron en tercer lugar en la contienda por la presidencia, y seis años después volvieron a ganar. En el 2000, cuando por primera vez desde la caída del dictador Porfirio Díaz en 1910 ganó un candidato de la fuerza opositora, el panista Vicente Fox, nadie creía que el PRI volvería a renacer.

Mientras tanto, se rumora que hay voces al interior del gabinete presidencial que ya advierten los peligros de abrir la lata de gusanos de la corrupción. Que cuando empiezan las investigaciones de obra pública del pasado en un país como México, pronto el Gobierno se queda sin constructoras manchadas por la corrupción y, por ende, si nadie que ejecute la obra pública. 

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