Congreso
Anomia y desconcierto, la zona de confort del Gobierno
Por Alejandra Lordén
El desorden generalizado y la apelación permanente del Gobierno a la improvisación como herramienta de gestión tienen efectos muy nocivos. Los mensajes del todo vale y del sálvese quien pueda van calando hondo.

Los acontecimientos de los últimos días en la Argentina confirman algo que venimos advirtiendo hace ya tiempo: una desconexión profunda entre la sociedad y el Estado. Entre los problemas de la gente y la agenda pública va creciendo un abismo que desgasta la capacidad de respuesta del país ante una crisis enorme cuyos alcances todavía no dimensionamos.

Probablemente la foto que mejor ilustra esta situación sea la Cámara de Diputados, donde el interés del oficialismo en abrir camino para tratar su reforma judicial pudo más que la importancia de refrendar un acuerdo legislativo maduro con el principal bloque opositor. El recinto se transformó en un circo grosero, con los diputados de Juntos por el Cambio en modo fantasma: sentados en sus bancas pero ausentes para las autoridades parlamentarias, que jugaron a sesionar amparados en un protocolo que había expirado un mes atrás.

Hoy la Argentina presenta un cuadro de anomia organizada. Lo que a primera vista parece una contradicción flagrante de términos, no lo es. Sin mucho esfuerzo podemos rastrear señales inequívocas de un Estado retirado y ajeno a la realidad que nos toca vivir.

La subestimación incesante del diálogo político y de las instituciones como ámbito natural para procesar y resolver conflictos, la construcción de una agenda de gobierno que poco y nada tiene que ver con las necesidades y demandas de la ciudadanía, las discordancias cada vez más frecuentes entre un mismo equipo de gestión en áreas clave como salud y seguridad, han deteriorado a un nivel alarmante las reglas básicas del funcionamiento democrático.

El desorden generalizado del Gobierno y la apelación permanente a la improvisación como herramienta de gestión tienen efectos muy nocivos y sencillamente identificables. Los mensajes del todo vale y del sálvese quien pueda van desparramándose y calando hondo en todos lados.

Quienes hicieron escuela construyendo relatos épicos hoy no encuentran las palabras para comunicarle a la sociedad la gravedad de la situación que estamos viviendo. Seguimos escuchando cosas como "no estamos tan mal" y "amesetamiento", mientras la parte más importante del sistema de salud ya está saturada: médicos y enfermeros no dan abasto.

Intentaron poner en compartimientos separados a la salud y a la economía, pero la realidad es que lograron conjugar una crisis sanitaria y económica que, más de seis después del decreto que estableció la primera etapa de la cuarentena, aún no llega a su peor momento.

La gestión del dúo Fernández-Fernández cumplirá nueve meses en los próximos días. Nadie podría haber imaginado en los primeros días de diciembre lo que vendría después. Pero sí advertimos, con desazón, que frente a circunstancias dificilísimas e inéditas, que piden a gritos, como mínimo, dosis considerables de sensatez y sentido común, sacaron a relucir sus peores vicios. Iban a volver mejores pero mientras los contagios y muertes se acumulan, los hospitales se acercan al colapso y todos los días se pierden puestos de trabajo, renuevan su afán por controlar la Justicia y doblegar a las provincias con la billetera.

La incertidumbre que trae consigo el COVID-19 y la autogenerada puertas adentro de la Argentina, nubla el panorama y se vuelve complicado tomar decisiones. Pero hay una que tenemos delante de nosotros y no podemos esquivarla. Depende de nosotros acostumbrarnos o no a lo que estamos viviendo. No normalicemos el desconcierto organizado. No está bien que quienes fueron elegidos para administrar lo que es de todos le bajen el precio a la política. No aceptemos convivir con esta distorsión mayúscula entre lo que dicen y lo que hacen, entre lo que exige la sociedad y lo que persiguen ellos. 

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