Economía
Un río de cabezas aplastadas por el mismo pie
Por Guido Lapa
El crecimiento de la pobreza, la inflación descontrolada y la recomposición salarial que no llega componen una triada preocupante para los Fernández, especialmente en el año electoral. Estamos frente a un verdadero círculo vicioso que parece no tocar fondo ni para empezar a rebotar

Al volver al país luego de su gira europea, Martín Guzmán se encontró con una serie de novedades que consiguieron trastocar su inalterable expresión facial. Es que el profesor de Columbia y titular del Ministerio de Hacienda sabe que la segunda ola pandémica impactará de lleno en la salud de una economía en terapia intensiva. Incluso antes del affaire Basualdo, el rumbo económico distaba mucho de lo que había previsto.

Una encuesta publicada por la consultora Isonomía en los últimos días da cuenta de que tres de cada cuatro argentinos considera a la economía como su principal problema. No hace falta indagar con demasiada audacia para descubrir que dentro de esa preocupación generalizada el primer puesto lo encabeza la inflación, el fenómeno indomable para los últimos tres gobiernos nacionales y que mes a mes se lleva puesto los magros y escurridizos ingresos de los trabajadores.

El aumento sostenido de los precios es siempre regresivo, afecta más a quienes menos tienen. Esto es -en parte- por lo que Keynes denominó la "propensión marginal a consumir" o, dicho de otra manera, el porcentaje de los ingresos que se destinan al consumo. Lógicamente un menor ingreso significará una menor o nula capacidad de ahorro y la necesidad destinarlo enteramente a comprar bienes y productos, que se ven afectados por la inflación.

Sin embargo, la situación en Argentina es todavía peor. La inflación de la canasta básica total, el piso de ingresos para no caer en la pobreza, es mayor que la inflación promedio. En el último año las líneas de indigencia y pobreza aumentaron un 45% y un 48% respectivamente, mientras que la inflación interanual general fue de un 42,6%. Lo que ya de por sí era regresivo, se convirtió en asfixiante para los sectores más vulnerables.

Marzo ha sido un claro traspié para las pretensiones oficiales de que la inflación orille el 30%. Con un aumento del 4,8% y un primer trimestre que redondeó el 13% de incremento en los precios, el presupuesto nacional vuelve a corroborarse como papel mojado tanto por sus proyecciones fallidas como por no haber incluido ninguna partida para atender los requerimientos sociales que nos deparará la segunda ola.

Mientras tanto, los aplaudidores seriales festejan la "conquista" de Guzmán en sus negociaciones con el Fondo, que consisten en que en que el organismo (históricamente vinculado a las visiones más ortodoxas y monetaristas) declarase que la inflación era un fenómeno "multicausal". De contenerla, ni hablar.

Las estimaciones inflacionarias a futuro no son para nada optimistas: las últimas dos semanas comenzó a descongelarse el dólar blue, reabriendo el debate acerca de cuál es el impacto del tipo de cambio paralelo sobre los precios. La polémica parece bastante saldada por las experiencias recientes: ya sea por la actuación del empresariado argentino o por la presión que la suba del bue ejerce sobre el oficial, todos los caminos conducen a que los precios son sensibles a cualquier movimiento de la divisa.

El anuncio del viernes sobre una actualización de las tarifas de energía por un 9% -independientemente de si termina primando la visión más vinculada a Guzmán o al instituto Patria- solo le echa más leña al fuego inflacionario.

Se suma, además, el efecto de la emisión como la gran herencia del año pasado cuando se imprimió el 7% del PBI. No hay manera de que semejante masa de pesos pueda ser absorbida en su totalidad por un Banco Central cuyos pasivos en materia de Leliqs y pases no paran de romper récords. Este año el financiamiento aparece por la vía de un fuerte endeudamiento en pesos principalmente atado a la inflación, lo que significa que a todos los problemas que trae el aumento de los precios se suma también aumento el nivel de endeudamiento del Estado.

Con los salarios ocurre igual que con la inflación, las capas más empobrecidas son quienes se están llevando la peor parte. El salario medio viene perdiendo poder adquisitivo de manera consecutiva desde hace 3 años y la promesa de que este año le ganen a los precios contrasta con la pauta fijada por el gobierno en las paritarias, un 30% contra una inflación que amenaza con superar los 45 puntos.

El Concejo del Salario que se reunió el martes fijó un aumento del salario mínimo, vital y móvil del 35% en siete cuotas que deberá llevarlo en febrero del 2022 a $29.160. El deterioro es tal que se viola de manera permanente la propia Ley de Contratos de Trabajo que coloca al SMVT como una remuneración que debe asegurar alimentación y vivienda a quien lo percibe. El monto actual no araña ni siquiera la indigencia y está claro que el de febrero tampoco lo hará.

El SMVT es un salario testigo a partir del cual se rigen la jubilación mínima, el salario mínimo docente y algunos programas sociales. Para ellos, serán cinco los años de pérdida continua contra una remarcación que no da tregua. Si los salarios perdieron un cuarto de su poder de compra en los últimos años, en el caso del salario mínimo la cifra asciende a un 53% solamente desde 2018, una realidad sobre la cual no hay medidas concretas.

El crecimiento de la pobreza, la inflación descontrolada y la recomposición salarial que no llega componen una triada preocupante para los Fernández, especialmente en el año electoral. Estamos frente a un verdadero círculo vicioso que parece no tocar fondo ni para empezar a rebotar.

El repunte de la actividad económica por ahora ha quedado limitado a los anuncios oficiales y a los informes de algunas consultoras sin que ello redunde en un mejoramiento de las condiciones de vida de la mayoría de la población. Sin aumentos de salarios que permitan recomponer la capacidad de consumo de las masas laboriosas de nuestro país cualquier expectativa de recuperación económica resulta utópica.

Algunas experiencias recientes como la de los trabajadores de salud neuquinos, los vitivinícolas mendocinos o el sindicato del neumático le agitan las aguas sindicales a una cúpula demasiado integrada al Estado y al gobierno.

El título del artículo hace referencia a la famosa "Canción de Alicia en el país" de Seru Giran, un tema termina diciendo "Sobre el pasado y sobre el futuro, ruinas sobre ruinas". Esperemos que no haya sido un adelanto, una obra premonitoria que nos regaló García de lo que le espera a la Argentina. 

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