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Economía argentina, un paciente terminal
Por Jonatan Loidi
La inflación como síntoma revela una sucesión de desequilibrios macroeconómicos originados en decisiones políticas, es decir de los mismos médicos que los deberían curar.

Como nunca antes, todos nos hemos familiarizado con términos derivados de la medicina, uno de los que más se naturalizó es el de paciente en estado terminal, haciendo referencia a aquel que ya no puede revertir su situación.

Si trazamos un paralelismo con la economía, hoy Argentina está en estado terminal. No hay un solo indicador de la economía que dé bien (inflación, déficit, pobreza, desempleo, menor nivel de empresas en 20 años, problemas monetarios y fiscales, etcétera). Pero eso no es lo peor. Lo mas dramático es que los médicos que la están atendiendo tampoco parecen tener remedios o herramientas para poder revertir esta triste situación.

El gobierno se niega a presentar un plan o al menos un programa económico que dé respuesta a todos los problemas que hoy se presentan.

La inflación es tal vez el dato al que más importancia se le da, pero es importante comprender que la inflación es la fiebre de la economía y no la enfermedad o al menos, no toda la enfermedad. Algunos pretenden buscar culpables en el mundo empresario como los generadores de inflación, en un intento por deslindarse de las responsabilidades. La inflación no es un problema para el mundo, lo cual es innegable si vemos que de los 159 países que monitorea el Banco Mundial, solo 10 tienen más de dos dígitos y Argentina es el segundo después de Venezuela.

La inflación es multicausal y tiene que ver con un profundo desajuste en todas las variables macroeconómicas, sumando, en el caso argentino, un componente psicológico que es caso de estudio en todos los ámbitos académicos del mundo.

La gran pregunta es ¿Puede la Argentina solucionar la fiebre de la inflación? La respuesta es sí. Entonces la pregunta es ¿cómo? Si nos remontamos a la historia reciente de nuestro país, veremos que siempre que se logró una cierta estabilidad fue luego de grandes crisis como la de los '90 y 2001. Estas grandes crisis permitieron que los técnicos tomaran el control y llevaran adelante planes de orden o ajuste. No deja de ser triste que para poder ordenarlos tengamos que sufrir grandes crisis que, como resultado, suelen sumar entre 10 y 15 puntos de pobreza estructural, o sea, no son gratis para la sociedad.

Podríamos preguntarnos: ¿Por qué no logramos sostener en el tiempo esas recuperaciones? Básicamente porque una vez que las variables se estabilizan la política vuelve a tomar decisiones que perjudican el funcionamiento de la economía. Así fue el caso de Menem en el año '96 y el de Néstor en el 2006.

Podríamos resumir que la economía es rehén de la política.

Argentina se pierde una gran oportunidad en la pandemia. Un mundo con dinero a tasas de interés nunca vistas y una predisposición a ayudar a países en nuestra situación. Pero la negación de los problemas y la dialéctica conflictiva del Gobierno no solo nos alejan, sino que nos hunden aún más en una crisis de difícil solución.

Volviendo al ejemplo del paciente en estado grave: el país está en estado crítico y los médicos no quieren o no pueden ayudarlo.

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