Historia
¿Cuándo comenzó el Siglo XXI?
Por Pablo Orcinoli
¿Cuáles son los hechos que definen su inicio? ¿Fue desde caída de URSS y de lo que representó el "final de las utopías"? ¿Fueron los acontecimientos de septiembre de 2001 y la guerra contra el terror que le sobrevino?

 Cuando en su célebre "Historia del Siglo XX" Eric Hobsbawn planteaba el final del siglo que calificó por su duración como corto -desde la Primera Guerra Mundial hasta la caída del muro de Berlín o la extensión exacta de la experiencia soviética-; por supuesto surgieron opositores. Mientas Samuel P. Huntington anunciaba el choque de civilizaciones que, caracterizado por una sobreabundancia de sentidos únicos en las personas en cuanto a aspectos culturales, religiosos y hasta lingüísticos, marcarían el comienzo de lo que venía, Francis Fukuyama planteaba "El fin de la Historia" y el triunfo in aeternum del Liberalismo.

Ahora bien, ¿Cuándo comenzó el siglo XXI? ¿Qué es lo que hace que sea tan complejo periodizarlo cuando en verdad ha habido acontecimientos relevantes de sobra como para señalar su comienzo? Puestos a agregar sucesos genitores de nuestro siglo, también podríamos considerar la irrupción generada por la llegada del Covid 19, cuyos alcances son incontrolables y desconocidos aún casi ocho meses después de haberse expandido.

Si bien el ataque a las torres gemelas y al corazón del poder global fue un hecho que, por su magnitud y espectacularidad fue transmitido en vivo a todo el mundo, tuvo un valor simbólico enorme y concentró la atención de la opinión pública por mucho tiempo, no revistió cambios geopolíticos significativos. Tampoco el mundo se detuvo. Fue un golpe de knock out que derivó en "daños colaterales" en Asia y (en menor medida) en Europa, pero que no implicó parálisis.

A diferencia de 2001, 2019/2020 no es un hecho, sino un proceso que obligó al mundo a detenerse ante un enemigo desconocido e invisible, generando una verdadera psicosis global. No se trata, la actual, tan solo de una crisis sanitaria, sino también económica, política, y psíquica ya que, desafiando la cultura de la felicidad en la que vivimos, viene a interpelarnos en tanto sujetos sociales. Pareciera que varios de los anteriores hechos se hacen carne en la actual emergencia global. Pero para que ello suceda, habrá que tener paciencia, ya que como dice Enzo Traverso "la historia siempre se escribe en presente". Si el siglo XX fue el de la violencia, las guerras totales, las revoluciones y las utopías desmoronadas, ¿Con qué procesos, hechos y experiencias será asociado el siglo que estamos transitando?

En relación al impacto de la pandemia, por lo pronto tenemos algunas pistas. A nivel político, la fragmentación toma la delantera materializándose a partir de la voluntad de aislar pueblos enteros en nuestro país, del cierre de fronteras en Europa, las disputas de Bolsonaro con João Doria, gobernador de San Pablo, y de Trump con Andrew Cuomo, gobernador de Nueva York. Esta reacción recuerda al "estado de naturaleza" hobbesiano y, a su vez, abre serios interrogantes sobre los estilos de liderazgo y la ascendencia derivada de quienes gobiernan. Ahora bien, ¿A qué responde ello? Los cierres de fronteras son evidentemente una expresión desesperada de una "soberanía a la antigua", dice Byung Chul Han, para quien hoy en verdad "es soberano quien dispone de datos" o lo que es lo mismo, una biopolítica digital que acompaña a la psicopolítica digital derribando cualquier instancia de esfera privada, tal como acontece en China.

Pero paralelamente, la aparición de un enemigo, y sobre todo de uno que no conocemos y por ende no controlamos, es una magnífica oportunidad para dotar de poder a los gobiernos, que ayuda a legitimar fracasos ante un fenómeno que los excede, de unir (si se quiere efímeramente) a la población conmocionada. Tal es así que en la sociedad de la (des)información y de las emociones, donde prevalecen los trascendidos, los grupos de WhatsApp donde todos tienen primicias, las fake news, gobernar con un enemigo facilita las cosas.

La irrupción del Covid-19, con la categórica promoción de la digitalización, dotó de sentido a la sociedad de la positividad y golpea donde más duele barriendo con nuestros usos y costumbres. Vale la pena escuchar a una anciana italiana entrevistada en televisión hace apenas dos meses: "Tal vez estábamos demasiado bien: con los supermercados llenos de comida, nos habíamos convertido en ricos, ricos también de tiempo, porque se trabaja menos. Ricos de viajes. ¡Y piense cuán frágiles somos que un virus nos puso a todos de rodillas, es algo increíble!" concluye casi como interpelando la cultura que transitamos y poniendo de manifiesto que nuestra sociedad exige cuerpos económicamente rentables, pero políticamente dóciles.

El miedo (real e inducido) y el encierro quizá nos lleven a valorar "aquellas pequeñas cosas", como decía Joan Manuel Serrat, que por lo general damos por sentadas hasta que nos faltan.

De modo que como sujetos empoderados que somos podemos elegir entre preguntarnos por qué vino el Covid-19 a importunar nuestro estilo de vida; o bien podemos intentar trascender nuestro YO y preguntarnos para qué vino. Por supuesto que aún no hay respuestas ni prospectivas, pero sí quizá la actual emergencia acude con algún metamensaje: ¿Será para invertir las prioridades de la agenda pública? ¿O en vistas de alterar nuestra escala de valoraciones en tanto sujetos sociales?

Incluso quizá estamos en los albores de un nuevo orden mundial que, amparado en la doctrina de la seguridad nacional, volverá a resurgir con fuerza el concepto de Estado-nación con mayores niveles de fragmentación y un equilibrio de poder inestable. Seguramente habrá muchas versiones sobre lo que acontecerá y sus consecuencias, y variados procesos y experiencias con los que será identificada la Pandemia. Pero ello pasará más adelante, porque como ya se dijo: "la historia se escribe en presente".

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