Sociedad
La Argentina de los vivos
Por Rodrigo Karasik
Terminar de una vez por todas con la Argentina de los vivos o resignarnos y aceptar la inminencia de la Argentina de los muertos.

"La Argentina de los vivos se terminó"

Alberto Fernández

A lo largo de la historia pocos recursos han sido más eficientes para generar unidad que la construcción de un enemigo común. No son escasos los ejemplos del uso de esta herramienta con fines estratégicos de legitimación social, política y unificación identitaria.

No es la intención de esta nota discutir los genocidios, guerras civiles y otras tragedias que se llevaron adelante bajo esta modalidad, sino simplemente marcar un punto de partida para pensar el contexto inédito en el que vivimos.

Un enemigo acecha invisible en cada esquina, en cada recodo de nuestros barrios y en cada rincón de la patria, en las prendas con la que ganamos la calle o hasta en nuestra propia piel que tocó ese billete donde también puede residir el enemigo.

Claro, el enemigo también está en el dinero y no sólo porque pretenda cargarse el sistema financiero y las economías del mundo sino porque a diferencia de casi todo, no hace distinción entre quienes lo tienen y quienes no. El enemigo no distingue clases, nacionalidades, etnias ni ninguna otra condición. Claro que se encapricha especialmente con los más débiles, los enfermos, los viejos.

Pareciera construido a medida de nuestra unidad como especie, como humanidad, como habitantes de este planeta. Sin embargo le falta corporalidad. El enemigo necesita un rostro que bien podría ser la globalización, el sistema mundial de salud o alguna enredada conspiración de control poblacional.

En la Argentina encontramos un rostro más palpable en los cómplices de la propagación. Los "vivos" que se creen más importantes que el esfuerzo del resto de la sociedad. Aquellos que incumplen la cuarentena para los más infantiles caprichos que muy bien retratan los noticieros. Pero también quienes buscan obtener una ganancia extraordinaria a costa de la desesperación ajena.

Esto pareciera ser una obviedad, sin embargo está muy arraigado en nuestra cultura festejar la avivada, que no es más que un comportamiento individualista y antisocial. Quizás detrás de este comportamiento se esconde el "sálvese quien pueda" producto de las incontables crisis y procesos de inestabilidad que atravesamos. Quizás alguna falta de arraigo o sentimiento de orgullo nacional. Quizás tenga que ver con cierta idea del argentino de sentirse un ciudadano del mundo y buscar su realización más allá o incluso a pesar de la Argentina.

Hoy la inestabilidad ataca a todo occidente y las crisis son moneda corriente. Quienes se encontraban fuera del país buscan arraigo en esta tierra. Donde el mundo está fracasando la Argentina puede triunfar gracias a la celeridad con la que adoptó sus medidas pero requiere necesariamente de esta transformación cultural.

En las próximas semanas atravesaremos nuestra prueba de fuego. Nos tocará surcar la enfermedad o ver a amigos y familiares haciéndolo. A profesionales de la salud y otras áreas estratégicas jugándose la vida para cuidarnos a todos. También a millones de argentinos que pagarán el costo del parate económico y darán lugar a nuevos niveles de solidaridad y empatía donde observaremos nuestra mejor cara.

Como contracara algunos vivos se querrán aprovechar de esta situación. Hasta aquí el panorama es alentador, el vivo por primera vez es social y estatalmente repudiado. Pero aquí se juega el mayor desafío con el que nos encontramos. Entender que el vivo no es el otro. El vivo somos todos en distintos comportamientos de nuestras vidas. En aceptar y combatir esta realidad se jugará nuestra madurez como sociedad, para terminar de una vez por todas con la Argentina de los vivos o resignarnos y aceptar la inminencia de la Argentina de los muertos.

Esto trasciende cualquier grieta, es el héroe colectivo de Oesterheld pero también la Oda a la Independencia de Borges donde nadie es patria, todos lo somos. La Argentina tiene una oportunidad de encontrar fuerza en la unidad y cohesión en la solidaridad. Una oportunidad de reconstruir nuestros valores, nuestro amor propio, de creer en nuestras capacidades y por sobre todas las cosas de torcer el camino de la historia y salir de esta crisis con la fortaleza necesaria para construir el país que soñamos.

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