El paro convocado por dos sectores del sindicalismo y una de las patronales agrarias tiene inocultables motivaciones políticas. Intenta, en ese sentido, darle continuidad al 8N, tal cual lo admite explícitamente uno de sus ruidosos promotores, y es un paso más en el intento de articular un polo opositor que, se ilusionan, pueda enfrentar al gobierno en las legislativas del año próximo o, al menos, erosionarlo lo más posible.

Ese carácter de apuesta inocultablemente política le garantiza apoyo y difusión por parte de la prensa monopólica y sus satélites, algo que no deja de ser paradójico en el caso de La Nación, un diario que históricamente vitupera contra este tipo de manifestaciones cuando ellas contienen demandas socialmente justicieras. No es, con todo, el único dato curioso. La medida de fuerza -desproporcionada, extemporánea, maniquea- tiene la pretensión de ser una sentencia condenatoria del Gobierno más progresista que haya tenido la Argentina.

Organismos de crédito internacional que no simpatizan en absoluto con el rumbo heterodoxo de la economía han venido a confirmar que la apuesta a la redistribución del ingreso, central para el proyecto iniciado en 2003, generó no sólo un potente crecimiento de la clase media, sino que el salario mínimo vigente en la Argentina resulte el más alto de América latina. No son resultados azarosos, sino el producto de decisiones políticas: garantizar el libre y continuado funcionamiento de las paritarias; resguardar el ingreso, el empleo y los derechos de los trabajadores; reindustrializar el país y, fundamentalmente, rechazar las recetas de los sectores del privilegio económico, que hoy juegan a favor de este paro contra natura.

Si se desecha la verborragia que suele acompañar este tipo de convocatorias, el paro y la movilización de hoy son, objetivamente, funcionales a una alianza que decididamente va por todo. Contra lo que algunos creen y otros venden, la conducción estratégica de esa ofensiva no está reservada a los trabajadores ni a progresistas reconvertidos, sino al estado mayor económico y mediático, cuyos coroneles se frotan las manos frente a toda iniciativa que suponga entorpecer la marcha del gobierno. Lo triste es que en esta rebelión de los satisfechos participan, además de las estrellas protagónicas, algunos actores de reparto y, también, simples figurantes que en algún momento van a tener que rendir cuentas de sus actos.