Opinión
Los libertarios y la democratización del fuego
Por Gonzalo Fiore Viani
El fenómeno libertario, lejos de ser algo local, es global, ya que se trata de una corriente que cuestiona lo que la juventud ve como el "status quo" progresista, o la mediocridad.

El fenómeno libertario, lejos de ser algo local, es global, ya que se trata de una corriente que cuestiona lo que la juventud ve como el "status quo" progresista, o la mediocridad. Dentro de esos "cuestionamientos", no obstante, se encuentran encerrados profundas criticas al sistema democrático liberal tal y como lo conocemos. Paradójicamente, los libertarios o los populistas de extrema derecha como Javier Milei, Donald Trump o Jair Bolsonaro, que se dicen a sí mismo liberales, están mas cerca de la concepción de la democracia de Carl Smicht que la de Thomas Jefferson.

El hartazgo con el Estado parece ser tan grande que ya no se pide "mano dura" sino directamente poder armarse. Del "no te pido que me salves, te pido que no me rompas las pelotas" pasamos al "no te pido que me defiendas, te pido que me dejes dar bala a mi". "Quien quiera andar armado que ande armado, quien no quiera andar armado, que no ande armado" dijo hace algunos años ex ministra de Seguridad y actual candidata presidencial del principal espacio opositor. En aquel momento fue ridiculizado, hoy parece encarnar una demanda de al menos un sector de la sociedad, y no precisamente el de los más altos.

A nivel internacional, los referentes de los libertarios son variopintos. Oscilan entre la extrema derecha denominada populista, como Donald Trump, o los neoliberales clásicos de la década de los 80. Tanto Ronald Reagan como Margaret Thatcher son referentes políticos ineludibles para los jóvenes más 'informados' de este sector que asegura ser la nueva política. En un contexto global donde los extremismos de extrema derecha crecen en distintos países, no es casual que algo similar suceda en Argentina; por supuesto, a mucha menor escala.

El hijo de Bolsonaro recibió a Bussi y apoyó a Milei contra "la izquierda violenta y autoritaria"

En Ecuador, Guillermo Lasso anunció el sábado en un mensaje televisado la autorización de tenencia y porte de armas de uso civil para defensa personal y para "hacer frente a la inseguridad", producto en gran parte del narcotráfico y el crimen organizado que anda a sus anchas. No es más que admitir la impotencia del Estado para hacerle frente a una de sus principales responsabilidades. El monopolio del uso de la fuerza deja de ser parte del Estado. Javier Milei hace campaña en Tucumán con el hijo del genocida Antonio Bussi por la libre portación de armas.

En el país insignia de la Segunda Enmienda y la libre portación de armas de fuego, hay por lo menos 50 ciudades con mayor número de homicidios por cada 100.000 habitantes que la ciudad de Rosario. Además, una persona que tiene armas en su casa tiene hasta 5 veces más probabilidades de morir por arma de fuego que una persona que no tiene. Sin embargo, en momentos desesperados, los instintos más bajos, y, por lo tanto, no necesariamente los más sensatos o razonables, son los que suelen aflorar. Habría que preguntarse que se hizo, o, mejor dicho, que no se hizo, para llegar a este punto del debate.  

Del "no te pido que me salves, te pido que no me rompas las pelotas" pasamos al "no te pido que me defiendas, te pido que me dejes dar bala a mi

De esta forma, han sabido atraer a las nuevas generaciones ávidas de cualquier cosa que huela remotamente a antisistema. El manual de Steve Bannon ha demostrado ser muy eficaz para ganar las elecciones, le sirvió a Trump en 2016, y a Jair Bolsonaro en 2018. Sin embargo, a ninguno de los dos les fue muy útil para gobernar, y, por extensión, para re elegirse. A Kast en Chile le sirvió para derrotar a la derecha tradicional en 2021 y llegar al ballotage.

Milei está en una etapa similar, es Trump en 2016, Bolsonaro en 2018 o Kast en 2021, tiene razón cuando dice que juega dentro del sistema y acata las reglas del juego democrático, sus referentes populistas también lo hicieron. El problema es cuándo se encuentran con el poder del Estado que tanto dicen detestar y comienzan a romper las instituciones, y, quizás aún más grave, los consensos democráticos desde adentro. En Argentina, hasta hace algunos años, y desde, por lo menos, 1983, era un consenso democrático no escrito de todo el arco político el de aceptar sin chistar la cifra de los 30000 desaparecidos, o de repudiar los crímenes de la última dictadura cívico-militar.

Eduardo Bolsonaro con Bussi.

Mientras el gobierno de Estados Unidos debate comenzar a imponer restricciones serias a la libre portación, algo a lo que se opone d manera furiosa el lobby pro armas como la Organización Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés), en Argentina y en América Latina, por primera vez, pasa a convertirse en un tema "real" de la agenda pública. La gran pregunta es hasta qué punto es un reclamo real "de la gente" y no algo impuesto por los políticos, probablemente, un poco y un poco. Lo cierto es que no deja de ser un síntoma más de la impotencia del Estado en tiempos donde la indignación frente al gobierno central parece ser moneda corriente, y otro signo de época.

Este tipo de rupturas de los consensos se vieron muy claras, en Estados Unidos, por ejemplo, durante la presidencia de Trump, donde, en un país tan afecto a las instituciones y a la continuidad más allá de los signos políticos, hubo interferencias inéditas en el Poder Judicial, o cuestionamientos que nunca habían sucedido respecto de las bases mismas de la democracia, como el ataque al Capitolio del 6 de enero de 2021, o su replica paródica en Brasil de 2023. 

Es cierto que la política tradicional ha hecho algo muy mal para que estos dirigentes lleguen a tener la aceptación social que tienen. Muchas cosas tendrán que reverse en el mundo que viene, para evitar que este tipo de discursos fáciles, populistas, y, sobre todo, profundamente autoritarios, continúen ganando aceptación. Porque, para esta clase de liderazgos, decir "el Estado debe ser pequeño" o "el Estado debe desparecer" a decir "el Estado soy yo" parece haber un camino muy corto. 

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