Editorial
El hombre que perdió su silla
Por Mariela Blanco
La polémica frase del presidente Alberto Fernández sobre esa idea remanida de que descendemos de los barcos invita a reflexionar una vez más sobre quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos.

La polémica frase del presidente Alberto Fernández sobre esa idea remanida de que descendemos de los barcos invita a reflexionar una vez más sobre quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos. Pero como humilde cronista de la ciudad, me conforma poder trazar un perfil del porteño promedio.
¿Será un tilingo de medio pelo como dijo Arturo Jaurehe? ¿Se parecerá al ciudadano que describió Raúl Scalabrini Ortiz?

¿Qué es ser porteño hoy? ¿Un melancólico en clave de 2 x 4, amante del fútbol, egocéntrico o quizás una mezcla de todos ellos? ¿Cuál es hoy el arquetipo del porteño contemporáneo? ¿Será tal vez el influencer que vende desde discos hasta medias desde su silla gamer?

No logro llegar a una inequívoca conclusión pero creo que al menos aquel hombre que "tenía una muchedumbre en el alma" ya no se condice con el hombre de Buenos Aires actual.

Es que la ciudad tampoco es la misma. El barrio tiene ínfulas cosmopolitas y problemas globalizados. Hace apenas unas décadas atrás, Don Juan de Almagro, ponía la silla en la puerta de su casa y saludaba a la gente que pasaba con su pekinés sobre las piernas.

Por la inseguridad, ya ni Rambo se animaría a tal hazaña, sumado a que -dígámoslo- probablemente hoy Don Juan tenga por mascota un caniche con peinado de peluquería canina y capa para el invierno.

Pero además hay otra cosa. El virus de la indiferencia ha infectado al porteño.

Y si no, pregúntenle al nieto de Don Juan que alquila el departamento A del quinto piso de una torre próxima a Av. Rivadavia en Caballito y desconoce quien habita el B.

No se cuándo fue que el hombre de Buenos Aires se empachó de indolencia.

Ensimismado, el hijo de Don Juan se desplaza con su auto de vidrios polarizados por una ciudad que naufraga y se sacude una histórica realidad de contrastes, de catre y de mobiliario Luis XV, de mate y champagne, de conventillo y petit hotel, de limpiavidrios y descapotable.

El porteño de hoy ni está solo, ni espera nada. Una catarata de noticias parlantes y escritas le entran por el auricular y por esa protuberancia que nos ha crecido en la palma de la mano a la que se la ha diagnosticado como "celular" y parece no tener cura.

El porteño de hoy tiene prisa para ir a ningún lado. Se mueve dentro de una sociedad fragmentada, agrietada y enajenada e interactúa por zoom con otros ciudadanos que hoy apenas se saludan.

"-Adiós Don Juan"

-"Adiós doña María"

Un acento expatriado apenas perceptible me permite pensar que quizás Alberto al formular su controversial frase ante el presidente español aludía a este par de abuelos de Almagro que a mediados del siglo pasado descendieron de un barco.

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